Este es el más tradicional de
todos los bizcochos y tortas que en Valencia acontecen y uno de los recuerdos
más comunes y representativos de la juventud de sus nativos. Cuando mi abuela Concha
vertía la masa en el molde de lata (llanda
en valenciano) antes de introducir el artefacto en el horno yo aprovechaba para
limpiar con la lengua los utensilios pringados. Las papelinas con polvos gasificantes
(coca, polvos, papelinas… qué niñez tan animada) actuaban inmediatamente sobre
la leche, el huevo y la harina y dejaban en la lengua un suave y dulce picor.
Era lo que más me gustaba del asunto: cuando la sacaban del horno no me
resultaba tan atractiva.
Los papelitos que contienen polvos
gasificantes los podéis encontrar en casi cualquier comercio, supermercados
incluidos. Los conocemos como litines, papelitos blancos y azules, sobres de gaseosa
o aquel inquietante y marcial nombre comercial de “La bandera nacional con la
Cruz de Santiago”. Estos polvos reaccionan al juntarse en un medio líquido y
generan anhídrido carbónico, o sea, burbujas que favorecen la crecida del
pastel y que también pueden adornar agua, zumos y otras bebidas.
En cada casa se hace de una
manera, así que ahí van los ingredientes que conforman mi receta: 400 gramos de
harina, un sobre de levadura química, las papelas: un sobrecito de bicarbonato
y otro de ácido málico y tartárico, 240 gramos de leche, 140 gramos de zumo de
naranja, 140 gramos de aceite de girasol, 250 gramos de azúcar, canela en
polvo, la piel rallada de una lima y 3 huevos.
Precalentamos el horno a 180
grados. En un bol mezclamos la leche, los huevos, el zumo, el aceite, el
azúcar, canela al gusto, y la ralladura de lima. Añadimos la harina ya mezclada
con todos los polvos mágicos y removemos hasta conseguir una masa homogénea.
Vertemos en el molde, espolvoreamos una cucharada de azúcar por encima de la
masa y lo metemos en el horno ya caliente. Después de 25 minutos conviene
pinchar con un palillo largo para comprobar el grado de cocción. Cuando salga
seco significa que la coca está lista. No debería tardar mucho más de 30
minutos. Para pegarte una merienda en condiciones, como en tu niñez, procúrate
una buena taza de chocolate espeso y aquella espléndida cassette de los
Housemartins titulada The people who
grinned themselves to death.