viernes, 3 de mayo de 2013

El Arrecife

Boston, MA. En algún momento de 1988.
   Dejé de resistirme, estoy dando mi último adiós. Me tiré al océano conduciendo mi coche. Pensaréis que habré muerto pero, en realidad, estaré navegando sobre una ola de mutilación. He besado a sirenas, he cabalgado al Niño, paseé por la arena con los crustáceos y encontré el camino hacia Mariana en una ola de mutilación, en una ola de mutilación.
                               Black Francis.
 
Huelva, España. Mayo de 2013.
    Querido y orondo Francis:
   La última vez que nos vimos estábamos en Paris durante el verano de 2005. Gracias por aquel concierto, lo recordaré toda mi vida. Kim, David, Joey y tú estuvisteis sensacionales. Hace veintitantos años que os escuché por primera vez y todavía os profeso una veneración rayana en el fanatismo provocada, en gran medida, por vuestro inconfundible sonido, pero también por aquellas letras tan originales y surrealistas que tanto marcaron mi juventud. Estabas fascinado por aquellas truculentas noticias que llegaban desde aquel Japón ochentero azotado por la crisis: ejecutivos que, después de perder el dinero y el honor en los negocios, metían a toda su familia en el coche y se lanzaban a las entrañas del Pacífico conduciendo a través de los muelles. Tu amor por la ciencia ficción y los mundos fantásticos también se dejaba ver en esta canción: te morreabas con sirenas, paseabas por las profundidades marinas rodeado de tus nuevos amigos, las gambas y los cangrejos, cabalgabas sobre ese extraño y caprichoso fenómeno meteorológico conocido como El Niño y encontrabas un pasaje por el que adentrarte en soledad en la más tenebrosa e inquietante sima abisal: la Fosa de las Marianas. Y lo cantabas con la felicidad de un niño durante la mañana de Navidad, amparado tras la electricidad crujiente que te procuraba tu grupo y a través de una melodía tan brillante y evocadora como la puesta de sol en una playa filipina.
   Ha llovido mucho desde aquel concierto y no sé cómo andarás de tendencias suicidas y relaciones sexuales con seres imaginarios. De lo que sí estoy seguro es de que todavía mantienes tu legendario apetito. Por eso te recomiendo que, si alguna vez vienes a Huelva, me dejes invitarte a comer en El Arrecife, en el número 47 de la avenida de Santa Marta. Desde que ha cambiado de dirección se puede respirar bastante mejor que a 11.022 metros bajo el nivel del mar y sin tanta angostura. Se está a gusto de verdad. Álex y su equipo se encargarán de nosotros de una manera tan atenta y profesional que no tendrás que levantar la vista del plato ni para pedir una cerveza. Tranquilo Frank, déjate llevar.
   Allí hay crustáceos para aburrir. No podrás pasear con ellos (ya iremos a Punta Umbría o a Isla Cristina) pero disfrutarás una barbaridad. Las bocas están jugosas y sabrosas, igual que los cuerpos, las gambas son tan finas y tienen la carne tan cremosa que parecen quisquillas, el pulpo está prieto pero tierno, la ensaladilla de gambas tiene gambas de verdad (olvídate del surimi que dan por ahí) y tiene un sabor intenso y reconfortante. Y qué cigalas, querido Charles Thompson (porque a estas alturas ya te puedo llamar por tu nombre real, ¿no?), qué cigalas: tan frescas que podrían bailar todo el Doolittle sin descomponerse.
   Después del marisco fresquito les pediremos que nos preparen un salmonete. Son tan grandes que con uno tendremos suficiente para los dos. Y mientras lo mutilas convenientemente para disfrutar de sus lomos me contarás lo de todas aquellas broncas con la ex esposa de John Murphy. Qué frescura, qué sabor a mar, qué aroma a yodo, qué exquisitez, qué envidia le tienes todavía por aquella Gigantic, ¿eh?… Déjalo correr y pide un lenguado, o huevas, o coquinas, o un montadito de presa, ¿has dicho jamón?, ¿un gin-tonic? Todo está buenísimo y te sientes como en casa, a salvo de El Niño.
    Relájate Frank. Yo pagaré  mientras tú me firmas los discos y aquella camiseta tan vieja en la que salís lo cuatro. Y lo mejor de todo es que, después de habernos pegado tamaño homenaje, podré hacer frente  a la cuenta sin problemas de cartera o de conciencia. La relación calidad-precio es espectacular. Un sitio bueno, limpio y económico, imprescindible en la agenda de cualquier universitario que quiera sorprender a sus amigos y visitas (Erasmus que piensan que los mariscos son seres mitológicos tan inexistentes como las sirenas, valencianos que quieran romper el binomio marisquería/élite burguesa, estrellas del rock alternativo) sin que se le pase por la cabeza llenar el coche y despegar desde el Muelle del Tinto en busca de una ola de mutilación.
                          F.
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 

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