Boston, MA. En algún
momento de 1988.
Dejé de resistirme, estoy dando mi último adiós. Me tiré al océano
conduciendo mi coche. Pensaréis que habré muerto pero, en realidad, estaré
navegando sobre una ola de mutilación. He besado a sirenas, he cabalgado al
Niño, paseé por la arena con los crustáceos y encontré el camino hacia Mariana
en una ola de mutilación, en una ola de mutilación.
Black Francis.
Huelva, España. Mayo de
2013.
Querido y orondo Francis:
La última vez que nos vimos estábamos en Paris durante el verano de
2005. Gracias por aquel concierto, lo recordaré toda mi vida. Kim, David, Joey
y tú estuvisteis sensacionales. Hace veintitantos años que os escuché por primera vez y todavía os profeso una veneración rayana en el fanatismo provocada, en gran medida, por
vuestro inconfundible sonido, pero también por aquellas letras tan originales y
surrealistas que tanto marcaron mi juventud. Estabas fascinado por aquellas
truculentas noticias que llegaban desde aquel Japón ochentero azotado por la
crisis: ejecutivos que, después de perder el dinero y el honor en los negocios,
metían a toda su familia en el coche y se lanzaban a las entrañas del Pacífico
conduciendo a través de los muelles. Tu amor por la ciencia ficción y los
mundos fantásticos también se dejaba ver en esta canción: te morreabas con
sirenas, paseabas por las profundidades marinas rodeado de tus nuevos amigos,
las gambas y los cangrejos, cabalgabas sobre ese extraño y caprichoso fenómeno
meteorológico conocido como El Niño y encontrabas un pasaje por el que
adentrarte en soledad en la más tenebrosa e inquietante sima abisal: la Fosa de
las Marianas. Y lo cantabas con la felicidad de un niño durante la mañana de
Navidad, amparado tras la electricidad crujiente que te procuraba tu grupo y a
través de una melodía tan brillante y evocadora como la puesta de sol en una
playa filipina.
Ha llovido mucho desde aquel concierto y no sé cómo andarás de
tendencias suicidas y relaciones sexuales con seres imaginarios. De lo que sí
estoy seguro es de que todavía mantienes tu legendario apetito. Por eso te
recomiendo que, si alguna vez vienes a Huelva, me dejes invitarte a comer en El
Arrecife, en el número 47 de la avenida de Santa Marta. Desde que ha cambiado
de dirección se puede respirar bastante mejor que a 11.022 metros bajo el nivel
del mar y sin tanta angostura. Se está a gusto de verdad. Álex y su equipo se
encargarán de nosotros de una manera tan atenta y profesional que no tendrás
que levantar la vista del plato ni para pedir una cerveza. Tranquilo Frank,
déjate llevar.
Allí hay crustáceos para aburrir. No podrás pasear con ellos (ya iremos
a Punta Umbría o a Isla Cristina) pero disfrutarás una barbaridad. Las bocas
están jugosas y sabrosas, igual que los cuerpos, las gambas son tan finas y
tienen la carne tan cremosa que parecen quisquillas, el pulpo está prieto pero
tierno, la ensaladilla de gambas tiene gambas de verdad (olvídate del surimi
que dan por ahí) y tiene un sabor intenso y reconfortante. Y qué cigalas,
querido Charles Thompson (porque a estas alturas ya te puedo llamar por tu
nombre real, ¿no?), qué cigalas: tan frescas que podrían bailar todo el Doolittle sin descomponerse.
Después del marisco fresquito les pediremos que nos preparen un
salmonete. Son tan grandes que con uno tendremos suficiente para los dos. Y
mientras lo mutilas convenientemente para disfrutar de sus lomos me contarás lo
de todas aquellas broncas con la ex esposa de John Murphy. Qué frescura, qué
sabor a mar, qué aroma a yodo, qué exquisitez, qué envidia le tienes todavía
por aquella Gigantic, ¿eh?… Déjalo
correr y pide un lenguado, o huevas, o coquinas, o un montadito de presa, ¿has
dicho jamón?, ¿un gin-tonic? Todo está buenísimo y te sientes como en casa, a
salvo de El Niño.
Relájate Frank. Yo pagaré mientras tú me firmas los discos y aquella
camiseta tan vieja en la que salís lo cuatro. Y lo mejor de todo es que,
después de habernos pegado tamaño homenaje, podré hacer frente a la cuenta sin problemas de cartera o de
conciencia. La relación calidad-precio es espectacular. Un sitio bueno, limpio
y económico, imprescindible en la agenda de cualquier universitario que quiera
sorprender a sus amigos y visitas (Erasmus que piensan que los mariscos son
seres mitológicos tan inexistentes como las sirenas, valencianos que quieran
romper el binomio marisquería/élite burguesa, estrellas del rock alternativo)
sin que se le pase por la cabeza llenar el coche y despegar desde el Muelle del
Tinto en busca de una ola de mutilación.
F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario