miércoles, 8 de mayo de 2013

Taboulé


Durante los años vividos, cocinados y comidos en Francia conocí, en uno de los cursos de francés para extranjeros a los que asistía, a un sacerdote católico libanés llamado Zacarías. Como imaginaréis, la mezcla de nacionalidades, ideologías, creencias, gustos y pareceres era de lo más variadito: chinas, irlandesas, españoles, estadounidenses, alemanas, australianos, rusas, belgas, griegas… Todos nos llevábamos la mar de bien y celebrábamos la llegada de las vacaciones, los puentes y las fiestas con una comida en la misma aula a la que cada uno acudíamos con algo típico de su país. Teruko, una señora japonesa con los setenta cumplidos, se levantaba a las cuatro y media de la mañana para elaborar maki sushi. Dimitri, un veterinario búlgaro, traía sorprendentes y ricos vinos de su país. Yo llevé alguna tortilla de patatas y una coca de llanda, mientras que Verónica, española de Albacete, llevó una vez una empanada de cabello de ángel que aterrorizó a la peña hasta que logramos explicar de qué se trataba. Allí, el cabello de ángel (cheveux d’ange) es el material con el que se fabrican las brillantes guirnaldas de colores que adornan el árbol de Navidad. El careto de Isabelle, la profesora, era todo un poema mientras masticaba un buen pedazo de torta y escuchaba las explicaciones. Problemas de la traducción literal y del etnocentrismo.

 
Batallitas aparte, el buen padre Zacarías traía a los almuerzos un taboulé riquísimo y muy fresco que siempre era lo segundo que desaparecía de la mesa. Y es que el maki sushi de Teruko despertaba una admiración fabulosa. Cuando terminábamos de comer, la maestra nos pedía que intercambiáramos las recetas, siempre en francés, para practicar el idioma y conocernos mejor. Lo que os cuento hoy es lo que me pareció entender del cura libanés en una fría mañana de diciembre en la que el enorme búlgaro se empeñaba en rellenarme la copa una y otra vez con aquellos vinates que traía.
 
Para cocer el cuscús yo pongo a hervir agua en una olla, con algo de sal y un poco de aceite. Echo 250 gramos de cuscús en un colador grande y lo sumerjo en el agua hirviendo un minuto y medio o dos minutos. Durante ese tiempo, remuevo el grano con una cuchara y voy comprobando su grado de cocción. No me gusta demasiado blando y, además, estará húmedo durante un par de horas así que se terminará de hacer en la nevera.
 
 
Dispongo el grano en una fuente plana para que se enfríe lo antes posible, le añado un chorrito de aceite de oliva virgen extra y lo mareo un minuto para que no se apelmace y se enfríe más rápidamente. No uses un abanico para este menester, ya te digo yo que la cocina queda hecha un asco. Paciencia. Mientras tanto, corto en trozos muy pequeños medio pimiento rojo, medio verde, un tomate, medio pepino holandés, media cebolla tierna, un buen manojo de hojas de menta o hierbabuena y otro tanto de perejil. Puedes añadir pasas, cilantro, cominos molidos, una guindilla picada… a tu rollo, dale un toque moruno, no te cortes con las hierbas. Cuando la sémola esté fría, pongo todo junto en un bol grande y rocío generosamente con zumo de lima. Compruebo de sal, remuevo bien y lo meto todo en la nevera cubierto con papel film un par de horas. Pasado este tiempo tengo un apetecible y refrescante plato, ideal para el tupper y al que le sentará de maravilla un buen chorro de aceite de oliva justo antes de comer.
 

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