Durante los años vividos,
cocinados y comidos en Francia conocí, en uno de los cursos de francés para
extranjeros a los que asistía, a un sacerdote católico libanés llamado Zacarías.
Como imaginaréis, la mezcla de nacionalidades, ideologías, creencias, gustos y
pareceres era de lo más variadito: chinas, irlandesas, españoles,
estadounidenses, alemanas, australianos, rusas, belgas, griegas… Todos nos
llevábamos la mar de bien y celebrábamos la llegada de las vacaciones, los
puentes y las fiestas con una comida en la misma aula a la que cada uno
acudíamos con algo típico de su país. Teruko, una señora japonesa con los
setenta cumplidos, se levantaba a las cuatro y media de la mañana para elaborar
maki sushi. Dimitri, un veterinario
búlgaro, traía sorprendentes y ricos vinos de su país. Yo llevé alguna tortilla
de patatas y una coca de llanda, mientras
que Verónica, española de Albacete, llevó una vez una empanada de cabello de
ángel que aterrorizó a la peña hasta que logramos explicar de qué se trataba.
Allí, el cabello de ángel (cheveux d’ange)
es el material con el que se fabrican las brillantes guirnaldas de colores que
adornan el árbol de Navidad. El careto de Isabelle, la profesora, era todo un
poema mientras masticaba un buen pedazo de torta y escuchaba las explicaciones.
Problemas de la traducción literal y del etnocentrismo.
Batallitas aparte, el buen padre
Zacarías traía a los almuerzos un taboulé
riquísimo y muy fresco que siempre era lo segundo que desaparecía de la
mesa. Y es que el maki sushi de Teruko
despertaba una admiración fabulosa. Cuando terminábamos de comer, la maestra
nos pedía que intercambiáramos las recetas, siempre en francés, para practicar
el idioma y conocernos mejor. Lo que os cuento hoy es lo que me pareció
entender del cura libanés en una fría mañana de diciembre en la que el enorme
búlgaro se empeñaba en rellenarme la copa una y otra vez con aquellos vinates
que traía.
Para cocer el cuscús yo pongo a
hervir agua en una olla, con algo de sal y un poco de aceite. Echo 250 gramos
de cuscús en un colador grande y lo sumerjo en el agua hirviendo un minuto y
medio o dos minutos. Durante ese tiempo, remuevo el grano con una cuchara y voy
comprobando su grado de cocción. No me gusta demasiado blando y, además, estará
húmedo durante un par de horas así que se terminará de hacer en la nevera.
Dispongo el grano en una fuente
plana para que se enfríe lo antes posible, le añado un chorrito de aceite de
oliva virgen extra y lo mareo un minuto para que no se apelmace y se enfríe más
rápidamente. No uses un abanico para este menester, ya te digo yo que la cocina
queda hecha un asco. Paciencia. Mientras tanto, corto en trozos muy pequeños
medio pimiento rojo, medio verde, un tomate, medio pepino holandés, media
cebolla tierna, un buen manojo de hojas de menta o hierbabuena y otro tanto de
perejil. Puedes añadir pasas, cilantro, cominos molidos, una guindilla picada…
a tu rollo, dale un toque moruno, no te cortes con las hierbas. Cuando la
sémola esté fría, pongo todo junto en un bol grande y rocío generosamente con zumo
de lima. Compruebo de sal, remuevo bien y lo meto todo en la nevera cubierto
con papel film un par de horas. Pasado este tiempo tengo un apetecible y
refrescante plato, ideal para el tupper y
al que le sentará de maravilla un buen chorro de aceite de oliva justo antes de
comer.
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