El colesterol, los triglicéridos, el sobrepeso, las
restricciones presupuestarias, la falta de tiempo, la pesadez estomacal, el
miedo a lo desconocido y un odio cerril a la última letra del abecedario me
ponen de los nervios y me impiden disfrutar de una buena garbanzada. Pero se
acabó, porque yo me lo propuse y sufrí… bueno, eso, que os dejo una
receta simple y rica como ella sola. Y ligera a más no poder. Y muy indicada para solucionarnos la comida de un lunes, que no suele ser el día favorito de la semana y menos si sale con el tiempo un pelín mareado.
Investiguemos en el loco mundo de las legumbres frescas,
secas o en conserva porque son muy beneficiosas
para el organismo del ser humano y de las personas, porque son muy nutritivas,
fáciles de elaborar y porque son muy baratas. Y, por favor, no les llamemos más
“la carne de los pobres”, qué cansera.
Para dos platos bien aseados rallamos un tomate hermoso,
cortamos una cebolla en juliana fina y medio pimiento verde (que no sea de los
italianos para freír) en brunoise, o
sea, muy fino. Y molemos una cucharadita rasa de cominos en un mortero.
Desmayamos la cebolla a fuego bajo con un chorrito de aceite
de oliva virgen extra junto con el pimiento verde picado y una hoja de laurel.
Os llevará unos quince minutos, tiene que quedar sin color, tierna, brillante y
transparente. Añadimos el tomate rallado y los cominos. Cocinamos hasta que
pierda el sabor a tomate crudo (otros cuatro o cinco minutos) y le ponemos una
pizca de sal. Y entonces le añadimos un bote de garbanzos cocidos de los de 570
gramos con su agua y lo dejamos hervir todo junto cinco minutos más a fuego
suave. Lo servimos y, el que quiera, que le ponga en su plato una cucharada de
vinagre viejo de Jerez, que lo remueva, que llene la cuchara y se la lleve a la
boca. Y se acabó, porque yo…
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