Vuelve el frío y la lluvia y esta
es una buena ocasión para sacar del congelador el caldo de jamón que utilizaste
el día de la sopa de ajo. Ya te dije que hicieras una buena cantidad. Conozco
gente rara a montones… pero no tanto como para rechazar las patatas guisadas
con chorizo en un día con mal tiempo. Porque eso es todo lo que hay en esta
receta. Bueno, casi. Así que ya habrás imaginado que el único requisito
imprescindible para conseguir el éxito total y absoluto con una receta tan
sencilla es encontrar unas buenas patatas y un buen chorizo. Y no es tarea
fácil, créeme.
De un tiempo a esta parte tengo
la sensación de que alguien nos está tomando el pelo con el asunto de las
patatas. Supongo que no será una conspiración al estilo de Expediente X, el
asesinato de JFK, la horrorosa calidad del sonido que tienen las pelis
españolas, la llegada del hombre a la Luna o la inoperancia de los
intermitentes en los vehículos matriculados en Huelva. Pero hay para pensar
mal. Algunas patatas no se cuecen nunca o acaban destrozadas a las primeras de
cambio, otras tienen más verde que blanco cuando les quitas la piel, las hay
que no hacen gusto a nada, otras que no sirven ni para espesar el caldo. Rojas,
nuevas, viejas, lavadas, pequeñas, francesas, de arena, Ágata, Monalisa… no
importa las que compres, al final son todas la misma. Pero ¿por qué hay tanto
problema? ¡Que estamos hablando de patatas y no de caviar!
Así que te reto a que busques y
encuentres una buena patata para este guiso. Una papa fresca, con tierra, dura,
que haga ruido al pelarla (cris, cris), que tenga una carne de color amarillo
fuerte, que huela a patata, que te deje las manos llenas de almidón, que quede
tierna pero consistente, que no se convierta en arena en el fondo de la olla y que
tenga sabor pero que coja algo del gusto del guiso. Y si triunfas no dudes en
mandarme alguna o dime, al menos, dónde las conseguiste.
Con el chorizo puede que lo
tengamos más fácil. En La Rioja se hace una variedad fantástica de este
embutido. Se elabora con lomo de cerdo, tocino, tripa natural, ajo y pimentón.
Es de color rojo fuerte, la carne no está demasiado picada, tampoco la grasa, tiene
buena consistencia, aguanta bien las cocciones prolongadas y en tu mano está
elegirlo picante o no. Suele tener forma de “U” y es muy sabroso.
En una cazuela grande y con tu
mejor aceite de oliva sofríe a fuego fuerte una cebolla picada fina, un puerro grande
en juliana y dos ajos golpeados con la parte plana del cuchillo. En algunas
recetas le ponen algo de pimiento verde cortado grueso. Añade, pasados un par
de minutos, una hoja de laurel. Cuando la verdura esté blanda y haya cogido
color añade el chorizo pelado: a rodajas, en trozos grandes, a taquitos… como
prefieras. Dale dos vueltas y ponle una buena cucharada de pimentón que, como
el chorizo, puede ser picante. Añade esas preciosas patatas peladas y cascadas
(arranca los trozos con un golpe de muñeca, tirando hacia atrás el cuchillo) y
cúbrelo todo con el caldo de jamón. Agua y pastilla también sirve… pero no es
lo mismo. Cuece tapado a fuego medio durante veinte minutos o hasta que las patatas
estén a tu gusto. Rectifica de sal hacia el final del guiso. Destapa si quieres reducir la cantidad de líquido.
¡Oh hideputa bellaco, y cómo es católico! Este puchero, digo.
Hay gente que se las come
blandas, casi deshechas. Otros las trituran con el tenedor. Es buena idea pisar algún trozo de patata para espesar el fondo. A mí me gustan más
bien enteritas y con un plato de guindillas verdes en salmuera que no piquen
demasiado. Y no escatimes ni en caldo ni en pan. Ni, por supuesto, en vino
riojano.
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