jueves, 14 de febrero de 2013

San Valentín

No sé cómo andáis de humor para una cena romántica. A lo mejor sois de esas personas con suerte que tienen una cada semana, o de las que piensan que cada cena es romántica a más no poder sólo por el hecho de compartirla con esa persona tan especial. Lo cierto es que San Valentín ha llegado otro año más y es una buena excusa para organizar algo fuera de lo habitual, una cena en la que nos abandonemos a los placeres de la carne y del pescado. Y sí, los vegetarianos también lo hacéis. Aunque sea después de cenar.
Busquemos una comida con color, que nos guste, comamos con los dedos, sorbamos sin recato, volvámonos primitivos, consumamos manjares crudos, con muy poco tratamiento. Asumamos que en esta ocasión la cena es un preámbulo para un encuentro sexual satisfactorio, comamos, bebamos y amemos entre los límites del decoro que pactemos con nuestra pareja. Hagamos algo tan superficial y vulgar como comer pero vistámoslo con ropajes sexys, divertidos. Juguemos con la comida y con la libido, despertemos sensaciones que no suelen salir todos los días, démonos un gusto. O varios de ellos.
Ya, lo del apetito sexual y las comidas afrodisíacas. Bueno, es una opinión personal: resulta que no existen, no al menos tal y como los imaginábamos. Olvida el cuerno de rinoceronte, la belladona, el poppers y todas esas milongas. Además, no son alimentos. Parto de que el órgano más implicado en todo este asunto es el cerebro así que habrá que excitarlo de alguna manera sin que nos envenenemos, nos lleven a la cárcel o tengamos una horrorosa resaca la mañana del día siguiente. El alcohol desinhibe, alegra el cotarro, favorece el riego sanguíneo (que siempre es interesante en una noche así) y crea cierta euforia. Sube los niveles de dopaminas. Pero hay que acertar con la cantidad justa porque si te pasas… bueno, qué te voy a contar. Así que si tienes esperanzas de ayuntar esta noche no te pongas pedo.
A las especias se les atribuyen multitud de efectos sobre el organismo y sobre el deseo. En fin, ayudan lo suyo pero atiborrarte de guindillas o pasarte con la pimienta pueden ocasionarte más disgusto que alegría. Una cucharada de canela mal puesta te provocará una tos de lo más siniestra, a lo mejor tu pareja detesta el clavo, la nuez moscada no va bien con cualquier cosa. Prudencia y mesura. Lo que creo es que esa inabarcable paleta de matices nos evoca lo exótico, lo original y lo desconocido. En una palabra, nos excita. Adelante entonces.
Creo que es más importante crear un buen ambiente que ayude a nuestros propósitos. Luz tenue, velas, música agradable, una cocina sin complicaciones pero plenamente satisfactoria, un aseo personal impecable, ropa molona, una conversación divertida, sonrisas y miradas campando a sus anchas a lo largo de una mesa bien puesta, de fiesta…todo ayuda. Y si lo que te va es comer carne cruda, hincharte de cerveza noruega y escuchar a toda paleta discos de Venom o Fields of the Niphilim no hay problema, y menos todavía si te funciona. Cada quién es cada cual y creo que no hay verdad más grande que ésa. Disfruta. Esto va de cenar bien y echar un buen polvo.
Es indudable que la teobromina del chocolate nos proporciona bienestar y libera endorfinas (como el picante). Aprovéchalo. Alimentos con formas o nombres que nos remiten a los genitales tales (ya) como las almejas, las ostras, los caracoles (Espartaco, brutal), el plátano o el espárrago dan mucho juego. A mucha gente le parece lascivo jugar con estos manjares con la boca y la lengua, su olor, sus sonidos. De ahí a poner la cama como una pocilga imitando la movida de Nueve semanas y media… recordad que en los sets de rodaje hay brigadas de limpieza y cubos de basura llenitos de atrezzo. Y paso del body-sushi porque no soporto que haya gente pendiente de mi conversación y menos todavía en un restaurante.
 
 
 
 En ocasiones bebo agua.
Lo prohibido también estimula. Hay un restaurante en Tel Aviv, que lleva un rollo sado-maso-gay, que sirve platos prohibidos por la estricta ley talmúdica: liebre, cerdo, carne con salsas a base de lácteos, marisco, pulpo, choco y otras delicias por el estilo. Vaya tela, menuda noche para ser soso en la cama y además, ser soso en la mesa. Soy partidario de no mezclar religión y comida. Como Henry Rollins, sólo creo en mí mismo y en los cinco primeros discos de Black Sabbath y amo demasiado la buena mesa como para dejarme aconsejar por rabinos, sacerdotes, imanes, pastores, chamanes, druidas y todo ese personal. Y menos en la noche de San Valentín.  Hoy ni siquiera haré caso a mi médico. En cualquier caso, si me dices que perteneces a una secta satánica en la que, después de los sacrificios, hay una barbacoa con cortes de carne al estilo francés… me apunto ya. No tengo túnica, pero puedo llevar vino para toda la peña.
 
 
Ostras, champagne y foie van tan bien de la mano como Burt Bacharach, Hal David y Dionne Warwick. Foie fresco a la plancha con canutillos de compota de manzana al romero, mmmmm. Pero si has atendido a lo escrito hasta aquí ya sabes que el dinero no es un obstáculo. Cambia el champagne por un cava decente o un cremant de Borgoña. Una buena lata de mejillones, patatas de bolsa y cerveza a la luz de las velas encima de una manta en medio del suelo desnudo de tu apartamento nuevo que todavía huele a pintura… no está nada, pero que nada mal. Una copa de oporto y un gran trozo de queso Stilton hecho con leche cruda es un panorama maravilloso aunque estés vendando, en pareja, una herida sangrante en la pata de tu perrita. Pan con cualquier cosa entre asalto y asalto. Siempre es mejor que alojarte en un súper cinco estrellas de renombre internacional para encontrarte rodeado de esnobs, con una cena cagona y sin Campari en la barra. Fue en el Westin de Valencia. En el piano-bar unos tipos subieron tanto el volumen del fútbol que el pianista tuvo que levantar el campo entre mis aplausos y la cara de desconcierto de aquellos mamones. O en otro lugar aquella vez en la que los camareros cerraron filas en el centro del salón, con la ayuda de un mechero incendiaron el centro del plato de langostinos descongelados que llevaban en las manos y salieron disparados hacia las mesas haciendo ridículas cabriolas. Creo que eran pelotas de tenis empapadas en queroseno, casi no me acordaba. Aquel horrible y pestilente humo negro. Dantesco.

 

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