lunes, 25 de marzo de 2013

Bacalhau dourado


Imagina que acaba de comenzar la Semana Santa y que estás viendo una procesión con tu familia y amigos. El reencuentro con tus seres queridos, la fiesta, la devoción, el color, el ambiente, la emoción, la comida y la bebida típica de estos días… música y gente hasta donde te alcanza la vista. Y de repente, se dirige a ti (y sólo a ti porque eres el único que puede verlo) un extraterrestre y te pide que le expliques qué es eso de la Semana Santa. Cuaresma, Domingo de Ramos, Pasión y Resurrección, todo junto y en un par de minutos. Vale, en quince. Y no tienes a mano ni a Daevid Allen ni a Roky Erickson para que te ayuden en este trance. Marronazo, ¿que no? Cuando me pasó a mí, únicamente pude articular esta escueta pero polivalente frase: relájate y disfruta.
 
No sé por qué, pero al llegar estas entrañables y señaladas fechas hago polvo mis discos de psicodelia y, con el mismo desconocimiento de causa, te confieso que me hincho a bacalao, aunque siempre fuera de casa. Me encanta comerlo pero odio cocinarlo.
Le tengo una manía horrorosa a este pescado, supongo que porque las pocas veces en las que me he hecho el ánimo, han acabado en catástrofe culinaria. Me resulta antipático con todo eso del desalado, los cambios de agua y la planificación para tenerlo a punto el día que toca poner en práctica la receta en cuestión. Y creo que, lo que me pasa en el fondo, es que no tuve la misma suerte que aquel ente cósmico al encontrarse conmigo. Nadie me dijo “relájate y disfruta”. El kilo de bacalao al pil-pil que tiré el Lunes Santo de 2012, después de prepararlo, desalarlo y cocinarlo en medio de una tensión espantosa, enterró mis ganas de enfrentarme a este manjar durante un año entero.
 
Los Gong desalando bacalao
 
Y para que no te pase a ti lo mismo, además de la frase de marras, hoy te ofrezco una receta que ha renovado mi apetito y ha despertado mis simpatías por este producto tan tradicional y sabroso. Espoleado por el Camembert Electrique de Gong, me propuse reproducir el mejor plato de bacalao que he comido jamás: el bacalhau dourado o bacalhau à brás. Fue este verano en Lisboa, en un modesto y pequeño restaurante con apenas seis mesas, en el número 5 de Largo Trindade Coelho: Restaurante Expresso. La comida estaba exquisita, las raciones fueron enormes y el precio, más que justo. El dueño, un tipo con un mordaz sentido del humor (“pues qué poca hambre traíais”; “¿qué pasa, que no  está bueno?”; “déjate de agua y bebe más vino”; “para qué te voy a poner ginjinha si no te va a gustar”) nos comentó que el suyo era, según decían otros, el mejor bacalao de toda Lisboa. En realidad, eso es decir mucho, pero la conclusión que saqué es que los pretendientes al trono tienen que ser muy, muy buenos para hacerle sombra al de este caballero. Pero mucho.
 
 
Lo primero que tendrás que hacer es desalar el bacalao. No es complicado pero hay que tener una actitud positiva. Según la parte del pescado que tengas y su grosor, el tiempo de remojo varía. No es lo mismo un trozo de lomo de medio kilo que unas tiras como las que yo compré en el mercado del Carmen y que sirven perfectamente a mis propósitos: dourado, croquetas, ajoarriero/atascaburras, potaje y arroz con coliflor y bacalao. Mete el pescado en un recipiente grande con abundante agua fría. Mantenlo en la nevera 24 horas y cambia el agua cada 8 horas. Todo esto, aproximadamente, claro. Yo tuve el mío a remojo unas 16 horas y le cambié el agua una vez. De este modo me quedó con el punto de sal que a mí me gusta.


Experimenta, prueba una miga de bacalao cada vez que le cambies el agua y así tendrás una idea cierta de la cantidad de tiempo o de agua que necesita para que esté a tu gusto. Y así siempre con este tipo de pescado. Recuerda que, aunque te pases desalándolo, estarás a tiempo de añadir algo de sal al guiso, pero que será muy difícil, por no decir imposible, arreglar un plato con un bacalao demasiado salado. Puede parecerte un quebradero de cabeza pero vale la pena intentarlo. Yo lo tiré una vez, pero aprendí la lección, medí mis tiempos, me planifiqué con antelación, probé una y otra vez y, al final, conseguí relajarme y disfruté de una comida perfecta.

Cuando el bacalao esté a tu gusto, sécalo y córtalo en láminas finas. Yo lo hice en crudo. Hay gente que, al manejar piezas más grandes, le dan un golpe de vapor para que la carne se separe mejor. Resérvalas.
 
Fríe dos patatas grandes, cortadas al estilo paja, en abundante aceite de oliva. Cuando las tengas listas, sácalas y resérvalas. Almacena convenientemente el aceite para freír más cosas otro día. Pocha una cebolla hermosa cortada en juliana junto a un diente de ajo golpeado. A fuego lento y con la sartén tapada. Añade 200 gramos de bacalao desmigado y deja que se cocine un par de minutos. Sube el fuego y añade un par de cucharadas de agua si lo ves muy seco. Ayudará a que la gelatina del pescado se reparta mejor y quedará muy jugoso. Vuelca las patatas fritas en la sartén y remueve otros dos minutos. Añade cuatro huevos de los grandes, sin batir, y remueve hasta que el revuelto (ya habrás visto que esto no es otra cosa) quede como a ti mejor te parezca. Yo te recomiendo no cuajarlo demasiado. Espolvorea con perejil fresco picado y sácalo a la mesa en una gran fuente. Acompáñalo con pan tostado y una buena ensalada de escarola y nueces.
 
Yo le puse unas olivas negras laminadas porque lo he visto por internet y porque ya las tenía abiertas (sobraron de la puttanesca y acabaron en tapenade) pero creo que el dueño del restaurante Expresso me daría una colleja si llegara a verlo. Tú, por si acaso, no le digas nada.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario