Pobre como una puta en Cuaresma.
Y encima, a final de mes. Día 22 de marzo, Viernes de Dolores. Encaremos la
recta final de estos cuarenta días de abstinencia con un homenaje a las
prostitutas italianas que, según cuenta la leyenda, bautizaron este plato. Y ya
sabéis que en el Bistró de Uniradio, como en el periódico del viejo Peabody, de
la película El hombre que mató a Liberty Valance,
el Shinbone Star, cuando la leyenda
se convierte en realidad (en comida, dado el caso), imprimimos la leyenda. Por
cierto, ¿alguien sabe de qué animal eran los filetes que servían en la extraordinaria
peli de John Ford? ¿De brontosaurio?
Lee Marvin muerto de risa mientras se enfría su filete
Se dice que, en Nápoles, las trabajadoras del sexo, debido a lo intempestivo de su horario, nunca llegaban a tiempo de comprar pescado porque se encontraban descansando durante las mañanas que las pescaderías estaban abiertas. Así que solucionaban la papeleta gastronómica recurriendo al pescado en salazón. Unas anchoas en aceite nos irán de perlas para ejecutar esta receta. Y también unas alcaparras, unos pepinillos, unas aceitunas negras, una guindilla, una par de dientes de ajo y un bote de tomate troceado en conserva. Ya lo ves, ingredientes de fondo neveril/alacenista que cualquier meretriz napolitana y cualquier estudiante de Huelva deberían tener siempre a mano. Y más cuando supongo que tendrás la nevera pelada porque estás a punto de volver a casa por las vacaciones de Semana Santa. Te ofrezco la oportunidad de despedirte a lo grande con una receta que me enseñó mi tío Paolo, un señor italiano doctísimo en las cosas del comer. Así que manos a la obra.
En un cacito con un buen chorro
de aceite de oliva virgen caliente, echa dos dientes de ajo golpeados
contundentemente con la parte plana de tu cuchillo. Añade también una guindilla
entera y procura tenerla localizada en todo momento. Puedes ponerle un
dispositivo GPS o atarla a un llavero de aquellos que te contestaban,
desvelando su posición, cuando les silbabas o les tocabas las palmas. Menudo
chisme. Cuando los ajos cojan color, añade seis o siete anchoas y tapa
enseguida la cazuela porque salpican una barbaridad. Puedes apartar el cazo del
fuego hasta que pase la tormenta de aceite hirviendo. Cuando las anchoas estén
casi deshechas, añade al cazo un picadillo de olivas negras, pepinillos y alcaparras.
Dale un par de vueltas en ese maravilloso aceite de ajo, guindilla y anchoa y
vuelca un bote de tomate troceado, de los pequeños, de 425 ml. Tapa y deja que
cueza a fuego moderado durante unos 25 minutos, el tiempo suficiente para que
el tomate pierda el sabor a crudo.
Cuece al dente una buena pasta, escúrrela, devuélvela a la olla y vierte
dos cucharadas de salsa sobre ella. Remuévelo todo un minuto a fuego muy bajito
para que la pasta coja bien el sabor de la salsa. Acaba de añadir la salsa y sirve
los platos con perejil fresco picado por encima y deja el queso para los
ratones. ¿Te acuerdas de la guindilla que debías tener controlada en todo
momento? Será mejor que la rescates de la salsa, o el SAMUR tendrá que
rescatarte a ti si te la tragas en un momento de despiste.
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