Me declaro fan de las habichuelas.
Me encantan las alubias en todas sus formas y colores. La fabada es, para mí, uno de los más grandes logros de la civilización
occidental. Esta verdad se me reveló en un bar de Gijón mientras esperaba ver
tocar al James Taylor Quartet. Guardo aquellas mongetes amb botifarra que me comí en Sant Sadurní d’Anoia como uno
de los recuerdos más felices de mi vida. Y ¿qué decir de aquella cassoulet en Castelnaudary, con pato confitado,
salchichas de Toulouse, costillas y tocino de cerdo? Cuando aparecen en las películas de vaqueros, en
una sartén sobre una buena lumbre y entre tocino salado, se me cae la baba.
El garrofó de la paella, los frijoles en el chili con carne o refritos y adornando un buen burrito. Los judiones de la Granja con picadillo que abrieron camino a aquella
monada de cochinillo en Segovia, la feijoada que me hinqué en el lisboeta café Martinho da Arcada, codo a codo con mi viejo este verano… ¡Pero si a veces sueño que soy Roger Daltrey
en la portada del disco The Who sell out!
Total, que anoche se me metió en
la cabeza cocinar hoy unas habichuelas con almejas y esta mañana me puse manos
a la obra. Tenía de todo, excepto las almejas. Así que aproveché para probar
unas del súper que vienen congeladas y envasadas al vacío, de buen tamaño y con
un precio asequible. Acostumbrado a comprarlas en el mercado del Carmen… te
puedes imaginar el reparo que me provocaban estos animalitos. Además, era la
primera vez que las hacía. Así que no me duele confesar que he comprado pan
extra por si todo se iba al traste y acababa haciendo unos sufridos
bocadillos. Pero no, al final han quedado muy ricas y las he solucionado en un
santiamén. Por eso te animo a que tú también las hagas.
Saca las habichuelas del bote y
enjuágalas bien con la ayuda de un colador y una cuchara. Maniobra con
cuidadito porque no queremos que se destrocen. Molaría que alguna llegara
entera al plato. Sofríe una cebolla y un diente de ajo, ambos muy finamente
picados. Cuando coja un poquito de color, añade media copa de vino blanco seco y
deja que evapore el alcohol. Añade medio litro de caldo de pescado. No, espera.
Si decides hacer esta receta es porque no has tenido la previsión de poner las
habichuelas a remojo la noche anterior. Entonces, lo más seguro es que no
tengas caldo de pescado. Vale, no te preocupes, añade medio litro de agua con
media pastilla de caldo de pescado. Déjalo hervir a fuego lento cinco minutos
y, entonces, añade las habichuelas. Que hierva todo junto unos cinco minutos
más, a fuego lento. Ahora añade las almejas y una cucharada de perejil picado.
Tapa la cazuela y déjala al fuego cinco minutos. Comprueba que todas las almejas
se han abierto y ya lo tienes.
Ni que decir tiene que con unas
buenas fabes, un remojado como toca y
un hervor de dos horas junto a una cebolla, un puerro y dos tomates, este plato
cambia radicalmente. Si tienes un fumet
decente en el congelador y te acuerdas de sacarlo a tiempo, mejor que mejor. Y
si las almejas son frescas y españolas en lugar de congeladas y vietnamitas… no
hay color, desde luego. Pero yo las he hecho en veinte minutos, sólo he
manchado una cazuela y un colador y el resultado no está nada mal.
Para finalizar. Reconozco que las
legumbres secas de calidad, tras un buen tratamiento, son un auténtico manjar.
Pero sostengo que, sin ser lo mismo, las legumbres de bote son una alternativa cómoda, rápida, digna
y sabrosa. Y lo hago con conocimiento de causa, así que ahórrate el sermón del
gourmet. Algo parecido me ocurre cuando, en una conversación sobre música, defiendo
a muerte a The Soundtrack Of Our Lives: lo puedo hacer porque tengo toda la
discografía de The Who, Love y Pink Floyd. Por eso valoro a los suecos en su
justa medida. Lo hago de una manera razonada y sin la furia del converso… y
porque los dioses del rocanrol me han otorgado esa facultad.
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