martes, 26 de marzo de 2013

Potaje de vigilia / Torrijas


Posiblemente algunos de vosotros no os hayáis dado cuenta de que todavía estamos en Semana Santa. No os preocupéis, que para recordároslo tengo yo este blog. Seguimos repasando los grandes clásicos de este periplo vacacional, con el bacalao por bandera. Y, en esta ocasión, con sesión doble. Unos garbanzos y unas torrijas que vendrán muy bien para que los esforzados costaleros se pongan a tono y acometan los esfuerzos propios de su labor con total garantía de éxito. Y también, por qué no, para aportar energía a toda esa juventud que, de botellón en botellón como si no hubiera mañana y alejados de cualquier tipo de filiación religiosa, tienen durante estas fiestas primaverales un agujero negro en lo que a cuestiones nutricionales se refiere.
Como vamos a tener el bacalao en remojo durante, al menos, toda la noche, es una buena ocasión para hacer lo propio con unos buenos garbanzos secos añadiendo una cucharadita de bicarbonato al agua. Pero yo no lo hice así y supongo que si estás leyendo este blog es que  tú tampoco lo harás. Os recuerdo que esto es un servicio que la radio de la Universidad de Huelva, Uniradio, presta a sus estudiantes para que se animen a cocinar platos fáciles, sanos, sabrosos y rápidos y alejarlos así de las garras de los precocinados y de la comida basura. O eso pretendemos.
 
Cuando el bacalao esté en su punto de sal (os remito a capítulos anteriores) lo desmigamos y reservamos. Hacemos un sofrito de cebolla y, cuando lo tengamos, le añadimos el bacalao y le damos un par de vueltas en el fondo de la olla. Entonces volcamos un bote de garbanzos y un vaso de agua, para hacer un poco de caldo. Que hierva cinco minutos. Pasado este tiempo, le añadimos un buen puñado de hojas de acelga, frescas, verdes y bien limpias, y lo cocemos todo junto ocho o diez minutos más. Comprobamos de sal (al loro con el bacalao) y le damos el toque maestro: vertemos un huevo batido en la olla sin dejar de remover hasta conseguir unos apetitosos hilos blancos que, junto a la gelatina del pescado, terminarán de ligar el guiso.
 
 
Ahora el postre: unas torrijas al vino dulce de naranja. Este néctar es una rica especialidad que algunas bodegas del Condado de Huelva confeccionan con  las variedades Palomino Fino y Pedro Ximénez. El vino se macera con pieles de naranja amarga y se cría durante diez años mediante el sistema andaluz de criaderas y soleras. Algo especial, la verdad.
Las torrijas. Lo primero que necesitarás para elaborar esta tradicional golosina de Semana Santa será un buen pan. No te rías. Parece obvio pero no todo el mundo lo sabe. Y no en todos los sitios encontrarlo es una tarea fácil. No me apetece comenzar una disertación sobre la mala calidad del pan que comemos. Tampoco deseo entrar en el debate sobre si nos venden lo que pedimos o pedimos lo que nos venden. Me sube la tensión. No quiero articular un discurso acerca de lo horroroso y malsano que es eso que llaman pan, que procede de masas congeladas y se vende en cualquier lado. Me da acidez. No deseo poner de manifiesto la falta de consideración que últimamente tenemos los ciudadanos respecto de un alimento que nos ha acompañado desde el albor de nuestra propia existencia como seres humanos, que es una parte de nuestra conciencia y de nuestra historia. El pan ha sido durante siglos testigo y, a veces, protagonista de mitos, revoluciones, rituales sociales y religiosos… bah, paso. Decía Gandhi que una civilización puede juzgarse por la forma en la que trata a sus animales. Yo digo, y sé lo pretencioso que puede sonar y lo asumo con gusto, que una sociedad puede juzgarse por la calidad del pan que come y el cuidado que pone a este respecto. Y os digo desde ya que estamos todos condenados. Hablo de Huelva especialmente. Echo de menos panaderías de verdad. En fin, como canta Mick Jagger en Monkey Man, en mi disco favorito de los Stones, Let it Bleed, espero no ser demasiado mesiánico, ni un pelín demasiado satánico, lo que me mola es tocar el blues. O hacer torrijas, en este caso.
 
Corta en rebanadas gruesas una barra de pan asentado, que tenga un par de días. Calienta un vaso de vino dulce de naranja en un cazo y añade tres cucharadas de azúcar. Dale candela hasta que se disuelvan por completo. Deja enfriar, vierte esta especie de almíbar en medio litro de leche y mézclalo bien en un recipiente donde quepan, medio sumergidas, varias piezas de pan. Remoja a gusto, sin prisa, escurre, pasa por huevo batido y a la sartén. Que tenga un dedito de aceite y que esté bien caliente. Voltea el pan según tus gustos, saca las torrijas y disponlas en un plato con papel de cocina para que absorba el exceso de aceite. Que se enfríen. Espolvorea canela por encima, azúcar molida o ponles un chorrito de miel o leche condensada antes de engullirlas.
 
Vale, y ahora las confesiones. Dicen que en el pecado está la penitencia y os aseguro que, en este caso, no puede ser más cierto. Primero, utilicé pan industrial especial para torrijas del que venden embolsado. Una especie de pan de molde, de miga compacta, sin burbuja y con un sabor neutro con cierto matiz áspero en el paladar. Se empapó bien de líquido y no se rompió en el trajín del rebozado y la fritura, pero era un mal pan. No era pan en realidad, por lo que convirtió la torrija en un ladrillo sin sabor alguno y con un interior uniforme de textura gelatinosa. Segundo, utilicé aceite de girasol para freír las torrijas. El sabor es más suave y, por ello, creí que se adaptaría mejor a mis necesidades en esta ocasión. El resultado fue un inquietante y pegajoso olor a freiduría de tercera división que invadió toda la casa y no hizo nada agradable la merienda torrijil. Tercero, las comimos calientes. Cayeron en el estómago como una mezcla de napalm y cemento, bloqueando el sistema digestivo y mandando señales al cerebro en forma de punzadas de dolor. Ya, muy gracioso. Ja-ja. Pero mira, cuando comencé a escribir en este blog asumí contar las cosas de la manera más fiel a la realidad y en eso estoy. Por ahora. Y por eso mismo debo decirte que, pasadas unas horas en la nevera, las torrijas estaban bastante mejor de lo que jamás hubiera imaginado. Supongo que el frío asentó finalmente el conjunto y, sin ser nada del otro jueves, me han dado alguna alegría. De los errores se aprende, por eso te cuento todo este rollo, aprovéchate. Y te prometo que, la próxima vez, buscaré un pan decente.
 
 

1 comentario:

  1. Para disfrutar con el pan, te recomiendo Panaria, muy buena calidad y genial trato. T

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