¡Feliz año amigos! Espero que se os cumplan vuestros deseos, como la
felicidad, salud, honestidad, sencillez, adaptación al medio, interpolación
entre los seres, sobreicintar bien las cajas, Urganloff (aquel gran jugador de
basket checo), no estar embéciles, exaltación de la amistad, jengibre,
utensilios, azucarero... y todas esas cosas que nos hacen felices.
Alucinante, ¿no te parece? El
autor de esta pequeña, delirante y absurda parrafada se llama Luis y es mi
amigo desde 1980. Siempre me pregunté qué podría tener en su cabeza en el
momento de redactar el mensaje, allá por 2007 y, al final, después de rumiarlo
mucho, decidí dejarlo correr. Los genios son así. Todavía lo guardo en mi móvil
y lo envío cada Nochevieja, con la intención de que semejante destello de
surrealismo no caiga en el olvido. Aún hoy puedo decir que es la mejor y más
original felicitación navideña que jamás haya leído. Syd Barrett tiene que
estar verde de envidia, allá donde esté. Jengibre, utensilios, azucarero… ¡qué
barbaridad!
Amante de lo exótico dentro y
fuera de la mesa, Luiggy me llevó a un restaurante indio-pakistaní durante unas
pequeñas vacaciones que pasamos en Moraira. Recuerdo mucha playa, un calor
horroroso, resacas monumentales, un tremendo dolor de espalda y una sesuda
conversación sobre el auge y caída del Imperio Británico a través de las
costumbres vacacionales de sus ruidosos y rubicundos súbditos. La memoria se
encarga de traerme todo aquello cuando veo un rizoma de jengibre o percibo su
perfume avasallador y penetrante, que dicho sea de paso, ocurre con mucha
frecuencia, pues es cada vez más común encontrarlo en los mercados españoles.
Lo primero que haremos será
cortar la carne de cerdo (cinta de lomo o solomillo) en gruesos medallones que
pondremos en adobo una horita. Para el adobo hazte con un bol grande y echa
dentro un tomate rallado, un buen chorro de salsa de soja, otro de ron, una
cucharada de azúcar moreno, una guindilla picada, un trozo generoso de jengibre
pelado y rallado, semillas de cilantro molidas y algo de salsa Worcerstershire. No sé si
te habrás percatado de que queremos darle al cerdo un toque exótico/oriental,
así que apelo a tu buen juicio para añadir o quitar algo del adobo según tus
apetencias, necesidades o existencias. Acomoda la carne dentro del mejunje, que
se moje bien al menos una hora. Saca la carne y guarda el líquido del adobo.
Pocha una cebolla y sácala de la
sartén en cuanto esté blanda y dorada. Puedes añadir un poco de pimiento verde,
claro que sí. Sube el fuego a tope y, en esa misma sartén, marca el cerdo
escurrido hasta que quede bien sellado por fuera y poco cocinado por dentro. Retíralo.
Baja el fuego y devuelve la verdura a la sartén. Añade el líquido del adobo y
deja que reduzca un poco, que espese. Si te parece que hay muy poco, siempre puedes
alargarlo con algo de caldo o agua. Comprueba el punto de sal. Introduce de nuevo los medallones de cerdo y tapa
la sartén para que se acabe de cocinar el interior. Sácala cuando esté a tu
gusto y sírvela junto a una buena cantidad de arroz basmati, con cilantro
fresco por encima. Una cerveza Cobra y algo del Donovan más orientalista no
estaría mal, aunque a Luiggy siempre le molaron más los Stooges.
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