jueves, 21 de noviembre de 2013

Le Beaujolais nouveau est arrivé!

¡El Beaujolais nuevo ha llegado! Con este grito se inicia, la medianoche de cada tercer jueves de noviembre, una de las mejores y más fabulosas operaciones de marketing que la historia ha conocido. Se trata de vender vino… No, se trata de beberlo ¿O de las dos cosas? Id a la tienda, compradlo y bebedlo, leed sobre él. Admirad las fantásticas y coloridas etiquetas que decoran las botellas, sed partícipes de uno de los mayores engaños de la humanidad. ¿Engaño? Espera, se trata de vino. Huele bien, sabe bien ¡Es vino! ¡Se bebe! ¡Está bueno! ¿Por qué iba a tratarse de un engaño? ¿Quién se deja engañar? ¡No lo hagáis! No se trata de un Somontano, no es un Priorat, ni siquiera un  Rioja normalito. No lo compréis pensando en que es un Ribera del Duero con crianza. ¡Liberaos de vuestros prejuicios! Sólo es vino. Se bebe. Hacedlo en copas bonitas. Bebedlo en vasos de papel. A morro. Como mejor se aprecia es en compañía. Hablad de él, sonreíd. Hacedlo con amigos, amigas, novias, novios, desconocidas, desconocidos, olvidados, encontrados. Daos una tregua, celebrad el Beaujolais Nouveau. Hoy es un día de fiesta. Compradlo hoy y bebedlo mañana como muy tarde. Haced esto en conmemoración vuestra, tomadlo tirando a frío y a boca llena. Brindad por la felicidad, por la tristeza, por lo pasado, por lo futuro, por la soledad, por la compañía. Por lo dulce y lo amargo, por el abandono, el desencuentro, por la alegría y los reencuentros. Por el odio y el amor. Por todo lo que es humano o por todo lo que una vez lo fue. En la calle, en casa, en la puerta de una iglesia, en el banco que hay frente al ayuntamiento, en el aeropuerto, a la salida del trabajo, jugando a los dardos, en un bar. ¿Es un vino especial? Tanto como lo seáis vosotros. ¡Bebedlo una vez al año! Es ahora o nunca. Ved su brillante rojo carmesí. Apreciad su aroma de fresas, melocotón, pomelo rosa, fruta escarchada, nuez de cola. Dejad que penetre en vuestra lengua el sabor a moras, a cerezas, a chucherías, a petazetas, a piruletas, a aquellos chupachups de Kojak. Volved a vuestra infancia, la única patria que os merece. Bebedlo de pie, sin ningún protocolo. Os sabrá mejor cuantos más seáis y cuantas más botellas haya. ¡Sólo es vino! ¡Se bebe! Sucumbid por un día ante la Gamay. Acompañará perfectamente una buena conversación, una sesión de vídeos del Ready Steady Go!, un ataque relámpago sobre vuestro plato y vuestros singles de Northern Soul. También a los Ramones, a los Allman Brothers, a los Beach Boys, a Nick Drake, a Cohen, a los Jam, a los Nikis.  Marida perfectamente con salchichón, quesos, pan tostado, patés y pepinillos. Bebedlo, festejadlo, compartidlo, desfalleced. Quizá el tercer jueves de noviembre de 2014 hayáis muerto. Viva la vida. Muera la muerte. Le Beaujolais nouveau est arrivé!
 
En 2010 se lió parda.
 
El tercer jueves de noviembre cenas con cualquier cosita.
 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Casi Fish Korma


Espero que no haya nadie de la India leyendo esto. Y si resulta que sí, os pido un poco de misericordia ante esta apropiación indebida de la receta. Dejémoslo en que es un plato de merluza con una salsa inspirada en el korma. La ignorancia es muy atrevida, el hambre voraz, feliz el hombre y feroz el odio hacia el pescado cocinado de manera insípida y/o aburrida. Hay mundos más allá del frito y el rebozado.
Abre la alacena y pilla todo lo que te pueda parecer exótico u oriental, es muy posible que lo necesites. Machaca en un mortero una cucharadita de comino y otra de semillas de cilantro. Añade una sopera de cúrcuma y otra de curry, algo de pimentón y un par de roscazos del molinillo de pimientas variadas. Calienta un vasito de brandy y mete dentro un puñado de pasas para que se vayan rehidratando. En un cuenco  vierte un yogurt cremoso sin azúcar de tipo griego y mézclalo con media lata de leche de coco. Ya tienes hecha casi toda la receta.

Pica una cebolla, un diente de ajo, un buen trozo de jengibre fresco y una guindilla seca que puedes sustituir por algo de chile fresco si lo encuentras. Muy fino todo, por favor. Sofríelo lentamente, fuego bajito, diez minutos. Si no tienes jengibre fresco añade una cucharadita del molido en el mortero. Añade una buena cucharada de tomate rallado y que evapore el agua. Echa las pasas con el brandy y dale un par de vueltas. Vuelca en la sartén el contenido del mortero y que se cocine todo junto dos o tres minutos. Añade ahora la mezcla de yogurt y leche de coco. Que cueza a fuego muy bajo, sin apenas burbujas, durante diez minutos.

 
Ponle un chorrito de salsa Worcestershire y comprueba el punto de sal. Algo de azúcar moreno no le irá nada mal, así como un poco de jugo de lima. Salpimenta unos filetes de merluza sin espinas. La panga, la tilapia, la perca y el granadero pueden ser opciones alternativas, allá tú. Dispón el pescado sobre la salsa, tapa la sartén y que se cueza unos diez minutos o hasta que quede hecho pero jugoso, no lo seques demasiado. Hierve arroz basmati para la guarnición y espolvorea el plato con una generosa cantidad de cilantro fresco. Los dos primeros discos de Ananda Shankar y medio litro de cerveza helada mitigarán los picores asesinos. Y de postre, prepárate una granada con un chorro de zumo de naranja y algo del brandy que te ha sobrado.

 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Croquetas

Has hecho cocido y, en un arrebato de sentido común, no te lo has acabado de una sentada. Perfecto, estoy orgulloso de ti. Date un abrazo, porque gracias a ese entrañable gesto que tu salud te agradecerá por los siglos de los siglos vas a poder hacer uno de los manjares más exquisitos de nuestra herencia gastronómica: croquetas. Y me refiero a las de verdad y no a esas pelotillas hediondas y pastosas nacidas en una bolsa que venden en la mayoría de los bares a precio de caviar iraní. Para que todo salga a la perfección necesitas paciencia, un poco de espacio y organización y, sobre todo, materiales de primera calidad. Y ya que te pones, ahí van dos recetas: las de cocido y las de pollo.
 
No es coña. Un cocido hecho con verduras y carnes bonitas, sabrosas, vistosas y escogidas sabe y huele mucho mejor que otro confeccionado con cualquier cosa sacada de una barqueta. Y si no, date una vuelta por el rellano. Se supone que el cocido no tiene que oler así. Te remito a la receta que publiqué aquí la temporada pasada.  Para las croquetas de cocido desmenuza la carne de pollo, de ternera, la carne pegada al hueso de jamón, el chorizo y la morcilla con la ayuda de una tabla y un cuchillo muy grande y afilado. Para las de pollo asa dos pechugas, procede como con la carne del puchero y pica además algo de jamón curado.
 
Pica una cebolla y sofríela en un par de cucharadas de aceite. Cuando esté  a punto, añade el jamón picado y aparta la sartén del fuego. Ahora la bechamel. Para cincuenta croquetas necesitarás un litro de leche entera. Y la misma cantidad de grasa que de harina, o sea, cien gramos de harina y cien de mantequilla. Si quieres utilizar aceite de oliva en lugar de mantequilla necesitarás menos cantidad, unos setenta gramos. Vamos  a hacer roux, la base de la bechamel y otras salsas de origen francés. Y quítate el miedo del cuerpo, jamás me ha salido un solo grumo y no soy ningún dechado de virtudes para esto de la cocina. Si yo he podido, tú también. Ni se te ocurra dudarlo.
 
En una olla grande, a fuego medio, derrite la mantequilla. Añade la harina a la grasa caliente y remueve suavemente pero sin cesar hasta que tengas en el fondo de la olla una papilla espesa y homogénea de color dorado suave. No queremos tostarla. Cocina el roux cuatro o cinco minutos, que pierda el sabor a harina cruda. Sin dejar de remover (hoy no vayas al gimnasio) añade la leche caliente en cuatro o cinco tandas. Esto es importante: el calor impedirá que salgan los tan temidos grumos y al añadirla poco a poco podrás integrar la leche en el roux sin volverte loco. Comenzará siendo una especie de puré de patata ultra espeso y acabará tomando la textura de una papilla suave y homogénea.  No pares de remover, juega con la potencia del fuego, que esté vivo pero que no se desboque, cambia de brazo si te duele y ponle paciencia y algo de fe.
Te recuerdo que tienes en el fuego un kilo y doscientos gramos de leche, mantequilla y harina así que necesitarás añadir una buena cantidad de sal, pimienta blanca y una pizca de nuez moscada. Hazlo poco a poco y probando de vez en cuando a lo largo de los diez minutos que va a estar cociéndose a fuego lento. Nada de hervir la bechamel, que salga alguna burbuja en plan pantano de película de terror pero nada más. Suave. Y continúa removiendo.
 
Pasado este tiempo añade todo el material: la cebolla frita, el jamón y el picadillo del cocido para las croquetas de puchero y la cebolla frita, el jamón y la pechuga de pollo asada y picada para las de pollo. Vuelve a rectificar de sal, pimienta y nuez moscada a lo largo de los diez minutos que va a estar a fuego suave. Es ahora cuando la masa va a tomar su consistencia final. Una masa demasiado ligera, muy caldosa, será imposible de trabajar. Una masa demasiado dura o seca quedará como una piedra. Saca de vez en cuando una cuchara de masa y deja que se enfríe a modo de chivato, a ver qué tal se trabaja. Evapora humedad hasta que tengas una textura que te guste. Paciencia y brazo.
 
Cuando esté a punto retira la olla del fuego y vuelca la pasta en una o varias bandejas para que se enfríe. Ponle papel film por encima, en contacto con la masa para evitar que se forme una fea costra. La masa de croqueta se trabaja fría, así que no es mala idea dejar que repose unas horas en el frigo hasta la hora de embolarlas. Yo cocino por la tarde y dejo la masa en la nevera toda la noche. Ahora a darles forma. Despeja tu bancada y dispón un plato con harina, otro con huevo batido y otro con pan rallado casero. Si rallas tú mismo un buen pan con un par de días a cuestas, seco o duro las croquetas quedarán más firmes, crujientes y sabrosas y será más difícil que revienten a la hora de freírlas. Pasa de ese horrible polvo que venden envasado, has trabajado mucho, no la cagues ahora.
 
Haz una bola de masa fría con las manos o con la ayuda de dos cucharas. Pásala por la harina, por el huevo batido y por el pan rallado. En ese orden. También puedes hacer todas la croquetas, pasarlas solo por la harina y meterlas de nuevo una hora en el frigo. Es un truco para que lleguen más enteras al huevo y al pan y no se revienten. Mete las croquetas en abundante aceite de oliva muy caliente, en tandas de cuatro o cinco para no bajarle la temperatura de manera demasiado brusca. Que se frían bien un par de minutos, que cojan un color apetecible, tostado, no les quites ojo. Uuufffffff, y ya está, por fin.
Fríe un montón de croquetas. Una vez hice noventa de un tirón para una fiesta de amigos en Estrasburgo. Alucinaron, claro. Y almacena la masa que sobre en sobres de congelación con cierre zip. Cuando vayas a utilizarla, saca la tableta de masa todavía congelada del sobre y déjala en un plato. Así no se quedará nada en la bolsa y será mucho más fácil y cómodo.
 
Calienta un buen tazón de caldo del cocido que hiciste, añade fideos, haz una pequeña ensalada sencilla y pégate un homenaje a base de esos bocados de gloria que tanto te han costado hacer. Menuda fiesta. Abre una buena botella de vino y escoge un disco grandioso, a tono con la gesta que acabas de realizar: Blonde on blonde, Pepper’s, Pet Sounds, Ziggy Stardust, Village Green o Tommy.
 

miércoles, 23 de octubre de 2013

Noodles con cerdo adobado

Una receta de pasta con carne y adobo oriental, a ver qué estudiante dice que no a un plato como este. Lleva un poquito de trabajo y requiere algún condimento extraño a nuestras alacenas, pero es divertida y el resultado vale la pena. Date una vuelta por el centro y localiza una tienda de productos orientales. Un chinawer, vamos. Con todo el respeto del mundo. Compra salsa de soja, noodles wenzhou, salsa de chili (dulce o picante, según tus gustos), jengibre fresco y nabo en escabeche. Esta receta pringa un poco, la verdad, así que yo me esperaría a que la cocina estuviera para limpiar. Después de comerte un cuenco de esto estarás listo para limpiar la tuya y la del vecino.
 
Lo primero, el cerdo en adobo. Necesitas carne de cerdo para guisar, sin hueso, cortada en cubos. Salpiméntala y métela en un recipiente de cristal o en un cuenco de loza. Añade una cucharada de aceite, un buen chorro de salsa de soja, el jengibre fresco picado, un par de dientes de ajo machacados, un chorro de ron moreno (o whisky o brandy) que tengas por casa, una cucharada de vinagre, una guindilla de cayena picada y una cucharadita de azúcar moreno.  Ya ves en qué consiste el invento, así que si tienes algo en el armario que le pueda dar sabor a la marinada no te cortes. Yo espolvoreo la carne con un sazonador de polvos barbacoa y le pongo una cucharadita de mostaza con pimiento y hierbas provenzales, comino y cilantro molido y salsa Perrins. En fin, un poco de todo lo que he ido acumulando a lo largo de mi corta vida de cocinillas. Qué marrano ¿eh? Que quede todo bien empapado con un buen nivel de líquido (será nuestra salsa). Tápalo con film y mételo en la nevera tres o cuatro horas.
A cocinar. Ralla zanahoria, corta cebolla en trozos grandes y desmenuza brócoli en las cantidades que te dicte tu sentido común. Saltéalo todo en una sartén grande con una cucharada de aceite, como en un wok. Que quede dorado pero crujiente. Retira la verdura y resérvala. Vuelca en la sartén la carne con el adobo y un puñado de nabo en escabeche cortado a daditos. Deja que se haga un par de minutos. Añade la verdura, continúa salteando enérgicamente y échale una buena cucharada de sésamo o ajonjolí y un gran chorro de salsa de chili.
 
Añade ahora a la sartén los fideos wenzhou (escurridos) que habrás cocido mientras se hacía la carne. Que hiervan un minuto y medio en agua con sabor (caldo de pollo, agua y pastilla, agua y polvitos mágicos, caldo de puchero, agua y Bovril, caldo de verduras). Espolvorea con cilantro fresco y remueve todo con energía un minuto más. Vierte la mezcla en un cuenco junto a un cucharón del caldo donde has cocido la pasta. Cómete con unos palillos la pasta con el cerdo y las verduras y bebe caldo del fondo de vez en cuando, echándote más si te lo vas acabando.
 
 
Conforme vas comiendo, la cocina, la mesa y la ropa que llevas se van limpiando solas. Los salpicones van desapareciendo entre una nube de sabores orientales y los acordes misteriosos de Shangai Noodle Factory de Traffic.
 
 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Conejo ¿al chilindrón?


El conejo es barato, sano y está riquísimo. Además, en la cocina francesa protagoniza unas preparaciones lujosas y con un pedigrí imbatible: à la moutarde, fricasseé de lapin, civet, terrine… Y ¿qué decir de nuestro muy castizo conejo al ajillo? Lo veo poco por los mercados de Huelva, me dicen que no hay demasiada tradición y que a la gente no le gusta. Gabe, un colega australiano, me comentaba que allí tampoco se come, sobre todo porque se trata de un animal que se suele comprar como mascota y al que los niños tienen mucho cariño, o sea, que es como comerse al p**o Mickey Mouse. ¿Qué eso es un rata? Y a mi qué, se puede comer ¿no? Pues entonces. En el título he puesto interrogantes porque no quiero herir sensibilidades. Más todavía, quiero decir.
 
 
 
Para la receta de hoy necesitamos un conejo entero. Haremos una buena cantidad de este guiso, en la nevera aguanta bien y, además, se puede congelar. Así que ya que nos ponemos… También queremos dos zanahorias hermosas peladas y cortadas en rodajas, media cebolla picada, un pimiento verde en trozos, otro rojo, un par de dientes de ajo picados, un vaso de vino blanco, una cucharada de pulpa de pimiento choricero, sal, pimienta y un bote de tomate triturado de 390 gramos.
 
Es posible que no hayas encontrado el conejo en una carnicería y lo hayas comprado entero en una bolsa. Debes trocearlo. Bonito trabajo te espera, supongo que habrás visto ese peliculón titulado El Día de la Bestia… Se trata de una autopsia en toda regla. En internet encontrarás vídeos sobre el despiece. El momento cabeza es gore neozelandés en estado puro. Yo la desecho. De los pulmones, hígado, corazón y riñones mejor ni hablamos, qué tacto, si te viera Jack el Destripador, uuuffffff. Pero si sabes lo que te conviene sólo tirarás el bofe y congelarás el resto de vísceras bien protegidas en un papel film. Se trata de un material de primera y lo necesitarás para otro tipo de recetas… si es que no quieres freírlo en una sartén y comértelo como aperitivo con un poco de sal y una cerveza fría. Después del desguace conejil te lo mereces de veras. Aprovecha que salpimentas el hígado y demás para hacer lo mismo con la carne.
En una olla grande con aceite soasa el conejo a fuego fuerte casi como si fuera para comértelo ahí mismo. Paciencia. Hazlo por tandas y resérvalo. Baja el fuego y vuelca toda la verdura. Sofríe. Cuando tenga un color dorado y brillante añade la pulpa del pimiento choricero, dale un par de vueltas y vuelve a meter el conejo dentro de la olla. Añade el vino y cocina hasta que evapore el alcohol. Vierte el tomate, tapa la olla y que cueza a fuego medio una media horita. Durante ese tiempo juega con la tapa para que la salsa quede a tu gusto, rectifica de sal y vigila el tono muscular del bichejo en cuestión.
 
Has pasado un mal trago pero comerás como un semidiós durante varios días. No te olvides de comprar un buen pan para mojar en la salsa y enchufa en el estéreo rocanrol burro de vikingos y taparrabos… de piel de conejo. Ted Nugent, Manowar y Saxon obeceden a tus propósitos.

lunes, 14 de octubre de 2013

Dos pastas socorridas

Durante muchos años la pasta fue para mí un mero vehículo con el que llevarme la salsa a la boca. Un mal necesario para no comerme a cucharadas la carbonara, la boloñesa, el pesto, la sobrasada, el chorizo, el tomate frito y el queso rallado. Vaya una tontería eso de echar en el plato espaguetis y macarrones, vaya manera chorra de difuminar tal avalancha de sabores. Mi opinión cambió en cuanto me hice mayor para estas cosas de la mesa y del comer y adquirí conciencia sobre tres factores capitales para apreciar este alimento. A saber: la calidad de la pasta, su forma y su tiempo de cocción. Y un truco que os desvelaré en la primera receta.
 
Con una pasta de calidad bien cocida disfruto más que con una de marca blanca, le encuentro mejor sabor, ya no la inundo de salsa, descubro matices que hasta ahora permanecían sepultados bajo toneladas de tomate, nata, bechamel, chorizo o queso. Es cierto que una buena pasta italiana sale un poco más cara que las de andar por casa pero la experiencia no tiene ni punto de comparación: no se pega, está más sabrosa y huele mucho mejor. Además, su textura mejora de manera notable si la dejamos en su punto justo de cocción, eso que los italianos llaman “al dente”. Que su alma todavía se pueda partir con los dientes pero que no se encaje en los huecos de las muelas, que no esté cruda ni dura, que su sabor todavía recuerde al cereal del que está hecha y que no quede en absoluto babosa, chiclosa o descompuesta. Ah, y se necesita mucha agua para cocerla, más de la que acostumbramos a poner en España, para que haya el menor contacto posible. Y una cucharada de sal muy generosa.
Mafalda, tagliatelle, penne, tortiglioni, spaguetti, ziti y las que te rondaré, morena. Las variedades son casi infinitas y según los italianos cada variedad combina perfectamente con un tipo de sugo, así que vale la pena investigar el asunto y probar varias combinaciones. Me gusta la pasta larga y lisa para las salsas con nata y acompañamientos tipo gambas o verduras cortadas en trozos grandes. Las largas y onduladas como la mafalda atrapan de maravilla la carne picada, el ragú de pato o el bogavante desmigado. Cuando las remueves dentro de la olla las variedades huecas estilo penne se acaban rellenando de tomate, carne picada, aceitunas troceadas o anchoas trituradas de una manera excepcional y, además, son fantásticas para gratinar.
Dejamos atrás todo este rollazo y vamos con dos recetas que se hacen de una manera muy rápida y sencilla y que os alejarán por un tiempo de los sobres de polvos y los botes de salsa que tan a menudo veo en vuestras alacenas.
 
Con gambas y piquillos
Por un lado fríe en aceite de oliva virgen un diente de ajo laminado y una guindilla. Añade unas colas de gambas descongeladas (al loro con los salpicones), que cojan color. Añade los pimientos del piquillo que te sobraron de la noche de pinchos troceados finamente y dales un golpe de fuego.
La ración común de pasta es de 100 gramos por persona. Varía según la contundencia y cantidad de la salsa que vayas a poner. Cuece los espaguetis al dente y reserva un cacillo del agua de cocción. Escúrrelos, devuélvelos a la olla sin agua, vierte un buen chorro de aceite sobre los espaguetis y añade las gambas y los piquillos. Y este es el truco: vuelca agua de cocción sobre la pasta para alargar la salsa y hacerla más cremosa. No te pases con el agua, no queremos un charco en el fondo del plato. Remueve todo sobre el fuego un minuto y ya lo tienes.
 
Con salmón y nata
Necesitas salmón ahumado, alcaparras, nata y eneldo. Cuece la pasta al dente, escúrrela, devuélvela a la olla seca, añade el salmón troceado, nata líquida al gusto y un buen puñado de alcaparras en vinagre. Dale una vuelta sobre el fuego y espolvorea con eneldo. Ya está. Qué difícil ¿eh? Esta vez hemos prescindido del agua de cocción de la pasta porque con la nata no va nada bien, al contrario que con salsas a base de tomate u otras más secas, como las de pescado o marisco, verduras salteadas, ragús y cosas por el estilo.
 
 
Y después de tanto cuento y tanto refinamiento puedes solucionar este ataque de pastitis con aquel enorme disco de los italianos Klasse Kriminale, Ci incontreremo ancora un giorno. Potente, sencillo y directo. Como estas dos recetas de hoy.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Crema de zanahorias y leche de coco

Me encontré con esta potente sopa de aromas orientales en Friburgo de Brisgovia un mediodía de agosto. El verano en la Selva Negra es bastante traicionero, llovía a mares, hacía un frío que pelaba y no llevaba la ropa adecuada. Aun así, recuerdo la ciudad con mucho cariño pese a que no la aprecié demasiado por culpa de la cortina de agua. Supongo que fue por esta receta y por el calor humano que me transmitieron sus habitantes.
Por ahora el otoño es caluroso pero tarde o temprano llegará el frío a Huelva y conviene que ese día, cada vez menos lejano, os coja preparados. Si hacéis esta crema tendréis una buena solución para las cenas  de casi una semana y eso no es moco de pavo, sobre todo cuando el tiempo empiece a escasear, las clases y las prácticas se multipliquen y lleguéis demasiado rendidos a casa como para poneros a cocinar algo decente. Un plato de este mejunje alivia el cuerpo, calienta el estómago y levanta el espíritu gracias a los exóticos condimentos que contiene. Y además es bastante original.
Machaca en un mortero una cucharadita de cominos y otra de granos de cilantro. Cuando lo tengas listo añade una cucharadita de curry y otra de cúrcuma. En una olla con una cucharada de aceite sofríe media cebolla junto a un diente de ajo y una guindilla cayena, todo bien picado. Añade un kilo de zanahorias peladas y cortadas en rodajas anchas, en trozos o como mejor te venga. Remueve un par de minutos y añade la mezcla del mortero. Vierte un litro de agua, una pastilla de caldo de pollo y que cueza. Si lo haces en olla a presión bastará con doce minutos. Si utilizas una olla convencional cuenta con media hora o hasta que la zanahoria se pueda triturar. Cuando lo tengas listo sácalo del fuego y añade un bote de leche de coco que puedes encontrar en supermercados con vocación internacional o en tiendas de productos exóticos. Tritura y rectifica de sal y de agua si te parece que está sosa o demasiado pastosa. Cómetela bien caliente con un poco de cilantro fresco. Algo de Kevin Ayers contribuirá a hacer más marciana la experiencia.

jueves, 3 de octubre de 2013

Noche de pinchos



Comienza el nuevo curso universitario y con él, una nueva temporada en Uniradio, la radio de la Universidad de Huelva. El magacín matinal, Campus Activo, nos ha vuelto a hacer un huequecito los jueves  a las 11:30. Una vez por semana hablaremos de las cosas del comer y daremos recetas para que nuestros universitarios se arrimen a los fogones, aunque sea de vez en cuando y para escapar de las pizzas, los bocadillos, los congelados y el arroz blanco hervido con cosas.
 
Hoy hemos paseado por el mundo de la tapa y hemos propuesto un menú de pintxos con el que pasar una divertida velada de reencuentros, inauguraciones de piso, recibimientos a Erasmus y otras movidas propias del inicio del curso. Sencillito y vacilón, este menú sirvió para dignificar una botella de txacolí que me trajo mi padre después de pegarse unos buenos paseos por las tabernas de Bilbao este verano. Necesitarás chistorra, morcilla tierna, una bandeja de ahumados, unas latas de ventresca de atún o melva, otra de pimientos del piquillo, aceitunas rellenas, anchoas, palillos, guindillas verdes en vinagre (de las que no pican), pimiento verde para freír, tomate, queso tipo Philadelphia, hojas grandes de albahaca y algo de vergüenza estética con la que contrarrestar la asombrosa simpleza de las recetas. Ah, y un pan más que decente cortado en rebanadas diagonales sobre el que pinchar todo el asunto. Menudo festín.

Gilda
 

Ensarta en un palillo de madera una anchoa, una piparra (la guindilla no picante en vinagre) y una aceituna rellena. Repite la operación las veces necesarias, disponlas en un platito y riega con tu mejor aceite de oliva.


Ventresca / Melva
 

Acomoda sobre el pan untado en aceite una hermosa rodaja de tomate con una pizca de sal. Monta una generosa pieza de melva en conserva o de ventresca de bonito en aceite y cubre  con una hoja grande de albahaca bien fresca. Decora con vinagre en crema.

 
Ahumados
 
Unta la rebana de pan con el queso y pon encima una tira de palometa, salmón, trucha, bacalao o cualquier otro pescado ahumado que se te ocurra. Espolvorea eneldo por encima.


Chistorra
 
 
Fríe pimientos verdes en tiras a fuego medio-bajo, que se queden tiernos. No te pases con a la cantidad de aceite y no tengas miedo de hacer una buena cantidad. Te servirá como guarnición de cualquier otra cosa: pollo o lomo a la plancha, unos huevos fritos, bocadillos… Pasa la chistorra por la plancha hasta que esté a tu gusto y pon un trozo encima del pan junto a varias tiras de pimiento frito.


Piquillos rellenos
 

Destripa varias morcillas tiernas (las de cebolla son tremendas para tu propósito) y pásalas por la plancha hasta que parezca paté. Déjalas enfriar en un plato. Abre una lata de pimientos del piquillo y, con mucho cuidado de no destrozarlos, rellénalos con la morcilla. Móntalos encima del pan y espolvorea el invento con perejil fresco.
 
Del txacolí no recuerdo demasiado, salvo que no me llamó la atención ni para bien ni para mal. De lo que sí me acuerdo perfectamente es de lo sorprendente que me pareció, por enésima vez, escuchar mientras cenaba The piper at the gates of dawn, el primer elepé de Pink Floyd. Syd, ojalá estuvieras aquí para invitarte a unas tapas.

domingo, 2 de junio de 2013

Coca de llanda

Este es el más tradicional de todos los bizcochos y tortas que en Valencia acontecen y uno de los recuerdos más comunes y representativos de la juventud de sus nativos. Cuando mi abuela Concha vertía la masa en el molde de lata (llanda en valenciano) antes de introducir el artefacto en el horno yo aprovechaba para limpiar con la lengua los utensilios pringados. Las papelinas con polvos gasificantes (coca, polvos, papelinas… qué niñez tan animada) actuaban inmediatamente sobre la leche, el huevo y la harina y dejaban en la lengua un suave y dulce picor. Era lo que más me gustaba del asunto: cuando la sacaban del horno no me resultaba tan atractiva.
Los papelitos que contienen polvos gasificantes los podéis encontrar en casi cualquier comercio, supermercados incluidos. Los conocemos como litines, papelitos blancos y azules, sobres de gaseosa o aquel inquietante y marcial nombre comercial de “La bandera nacional con la Cruz de Santiago”. Estos polvos reaccionan al juntarse en un medio líquido y generan anhídrido carbónico, o sea, burbujas que favorecen la crecida del pastel y que también pueden adornar agua, zumos y otras bebidas.
En cada casa se hace de una manera, así que ahí van los ingredientes que conforman mi receta: 400 gramos de harina, un sobre de levadura química, las papelas: un sobrecito de bicarbonato y otro de ácido málico y tartárico, 240 gramos de leche, 140 gramos de zumo de naranja, 140 gramos de aceite de girasol, 250 gramos de azúcar, canela en polvo, la piel rallada de una lima y 3 huevos.
Precalentamos el horno a 180 grados. En un bol mezclamos la leche, los huevos, el zumo, el aceite, el azúcar, canela al gusto, y la ralladura de lima. Añadimos la harina ya mezclada con todos los polvos mágicos y removemos hasta conseguir una masa homogénea. Vertemos en el molde, espolvoreamos una cucharada de azúcar por encima de la masa y lo metemos en el horno ya caliente. Después de 25 minutos conviene pinchar con un palillo largo para comprobar el grado de cocción. Cuando salga seco significa que la coca está lista. No debería tardar mucho más de 30 minutos. Para pegarte una merienda en condiciones, como en tu niñez, procúrate una buena taza de chocolate espeso y aquella espléndida cassette de los Housemartins titulada The people who grinned themselves to death.
 

jueves, 23 de mayo de 2013

Ensalada Périgourdine


La región del Périgord es muy apreciada en toda Francia por su riqueza gastronómica. Allí, como en todo el sud-ouest, el pato y el vino son los actores más prestigiosos a la hora de poner en escena una buena comilona. Pero sus nueces, trufas, terrinas y frutas no se quedan atrás. ¡Y qué decir del papitou, esa deliciosa pasta con cerdo, foie gras de pato y Armagnac!
En la receta de hoy, una ensalada, rendimos homenaje a ese simpático animal de culo prominente, descacharrantes andares y voz escandalosa. Necesitas mollejas y maigret como el aire que respiras. Vale, no son ingredientes baratos ni fáciles de encontrar pero sé bien que te mereces este homenaje. Si sólo es una ensaladita…
Ponte en marcha. Acércate al supermercado de una gran superficie o a una delicatessen. El maigret de pato va loncheado y envasado. Se trata de la pechuga del animal puesta a secar, curada, salada y, en algunas ocasiones, con algún aditivo de adorno como las pimientas exóticas o algún tipo de ahumado. Hoy lo prefieres al natural. Las mollejas van en lata, confitadas en grasa de pato. A diferencia del cordero o de la ternera, la mollejas de las aves no son glándulas, son unos robustos músculos de forma redondeada que tienen estos bichos alojados en el estómago y cuya función es triturar la comida, sobre todo los granos de maíz y cosas similares. Recuerda que ni los patos tienen dientes ni yo soy veterinario o biólogo. La explicación ha sido breve pero espero que acertada y que haya servido para quitarte ascos estúpidos que jamás debes llevar a la mesa. Es una delicia, créeme.
 
También quieres huevo duro. Hazlo así: pon un huevo fresco de gallina campera en un cazo y cúbrelo de agua. Ponlo al fuego hasta que el hervor sea intenso. Tapa el cazo y apártalo del calor. Después de diez minutos el huevo está listo. Enfría y pélalo. De esta manera quedará cuajado pero tierno, con la yema cremosa y naranja, lejos de aquel polvo verdoso que has visto alguna vez.
Busca una buena lechuga fresca y tiesa: un lollo, una hoja de roble, algunos brotes… que tenga variedad y color, mezcla, combina, no te cortes. Y por favor, nada de agua. Bien enjuagada, escurrida y centrifugada. Unos tomates cherry partidos por la mitad o unos kumato o raf a gajos te vendrán de perillas. Y nueces de la Sierra a discreción, peladas y troceadas. Me declaro culpable de añadirle un par de cucharadas de maíz dulce, tú no hace falta que incurras en este delito si no quieres, claro.
Ahora vamos a por las mollejas. Abre la lata y sácalas con una cuchara. Quítales toda la grasa que puedas con el dedo o la cuchara. Pártelas por la mitad y ponlas en una sartén a fuego muy bajo. Así se calentará la grasa sobrante y será más fácil deshacerte de ella. Además, tienes que añadir las mollejas tibias a la ensalada. Escúrrelas bien. Guarda toda la grasa y prueba otro día, por supuesto, a freír patatas. De verdad. Grasa de pato líquida como el aceite, bien caliente, en una sartén, con mucho cuidado porque sus quemaduras son un auténtico infierno. Toda una experiencia junto a un buen filete de buey y una botella de Bergerac. Nos desviamos del tema principal.
Dispón los ingredientes de la ensalada en platos llanos individuales o en una gran fuente y añade sal y pimienta. El huevo en cuartos. Adorna los bordes con lonchas de maigret seco de pato. Dispón las mollejas tibias en el centro de la ensalada y aliña con aceite de nuez y vinagre balsámico. También queda exquisito con una vinagreta de aceite de oliva, vinagre de manzana y una pizca de mostaza de Dijon. Los vinos blancos potentes del Ródano y el segundo disco de los Led Zeppelin acabarán de redondear esta humilde ensaladita.

domingo, 12 de mayo de 2013

Ensalada alemana


O casi, ya sabes. Una cosa es segura: si utilizas auténticas salchichas alemanas (bratwurst de Turingia) y pepinillos agridulces de los gordos, fabricados más allá del Rin, la ensalada te quedará mucho mejor. Esta es la prueba de que comer una  ensalada no significa pasar hambre. Aguanta muy bien en la nevera y soporta de maravilla los viajes a la facultad, a las barbacoas y a las casas de nuestros amigos.

Hierve cascos de patata nueva pelada en agua hirviendo, con laurel y semillas de cilantro. Sácalos cuando estén a tu gusto y resérvalos. Deja que se enfríen. Puedes sumergirlos en agua fría y escurrirlos bien. Corta cuatro salchichas cocidas en trozos que puedas meterte en la boca con facilidad y haz lo mismo con los pepinillos y una manzana de la variedad Granny Smith. Puedes añadir también apio y cebolla tierna, yo no suelo hacerlo pero reconozco que no queda mal. Cuando la patata esté fría, júntalo todo en un bol bien grande y mételo en la nevera cubierto con papel film.
 
Ahora la salsa. Hay gente que se arregla con una vinagreta especiada con eneldo, cilantro molido y pimientas variadas. No está mal, pero yo te propongo que utilices mayonesa rebajada con yogur natural desnatado sin azúcar. Añade a este mejunje algo de sal, pimienta molida, una cucharada de mostaza a la antigua, eneldo, perejil o la hierba aromática que más te guste y un chorrito de vinagre de manzana y obtendrás una salsa fabulosa. Llena bien el tupper, apaláncate en un banquito a la sombra, hazte con una Warsteiner de medio litro bien fresquita, sube a la Creedence en tu mp3 y deja que la vida fluya tan ricamente.
 
 
 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Taboulé


Durante los años vividos, cocinados y comidos en Francia conocí, en uno de los cursos de francés para extranjeros a los que asistía, a un sacerdote católico libanés llamado Zacarías. Como imaginaréis, la mezcla de nacionalidades, ideologías, creencias, gustos y pareceres era de lo más variadito: chinas, irlandesas, españoles, estadounidenses, alemanas, australianos, rusas, belgas, griegas… Todos nos llevábamos la mar de bien y celebrábamos la llegada de las vacaciones, los puentes y las fiestas con una comida en la misma aula a la que cada uno acudíamos con algo típico de su país. Teruko, una señora japonesa con los setenta cumplidos, se levantaba a las cuatro y media de la mañana para elaborar maki sushi. Dimitri, un veterinario búlgaro, traía sorprendentes y ricos vinos de su país. Yo llevé alguna tortilla de patatas y una coca de llanda, mientras que Verónica, española de Albacete, llevó una vez una empanada de cabello de ángel que aterrorizó a la peña hasta que logramos explicar de qué se trataba. Allí, el cabello de ángel (cheveux d’ange) es el material con el que se fabrican las brillantes guirnaldas de colores que adornan el árbol de Navidad. El careto de Isabelle, la profesora, era todo un poema mientras masticaba un buen pedazo de torta y escuchaba las explicaciones. Problemas de la traducción literal y del etnocentrismo.

 
Batallitas aparte, el buen padre Zacarías traía a los almuerzos un taboulé riquísimo y muy fresco que siempre era lo segundo que desaparecía de la mesa. Y es que el maki sushi de Teruko despertaba una admiración fabulosa. Cuando terminábamos de comer, la maestra nos pedía que intercambiáramos las recetas, siempre en francés, para practicar el idioma y conocernos mejor. Lo que os cuento hoy es lo que me pareció entender del cura libanés en una fría mañana de diciembre en la que el enorme búlgaro se empeñaba en rellenarme la copa una y otra vez con aquellos vinates que traía.
 
Para cocer el cuscús yo pongo a hervir agua en una olla, con algo de sal y un poco de aceite. Echo 250 gramos de cuscús en un colador grande y lo sumerjo en el agua hirviendo un minuto y medio o dos minutos. Durante ese tiempo, remuevo el grano con una cuchara y voy comprobando su grado de cocción. No me gusta demasiado blando y, además, estará húmedo durante un par de horas así que se terminará de hacer en la nevera.
 
 
Dispongo el grano en una fuente plana para que se enfríe lo antes posible, le añado un chorrito de aceite de oliva virgen extra y lo mareo un minuto para que no se apelmace y se enfríe más rápidamente. No uses un abanico para este menester, ya te digo yo que la cocina queda hecha un asco. Paciencia. Mientras tanto, corto en trozos muy pequeños medio pimiento rojo, medio verde, un tomate, medio pepino holandés, media cebolla tierna, un buen manojo de hojas de menta o hierbabuena y otro tanto de perejil. Puedes añadir pasas, cilantro, cominos molidos, una guindilla picada… a tu rollo, dale un toque moruno, no te cortes con las hierbas. Cuando la sémola esté fría, pongo todo junto en un bol grande y rocío generosamente con zumo de lima. Compruebo de sal, remuevo bien y lo meto todo en la nevera cubierto con papel film un par de horas. Pasado este tiempo tengo un apetecible y refrescante plato, ideal para el tupper y al que le sentará de maravilla un buen chorro de aceite de oliva justo antes de comer.
 

viernes, 3 de mayo de 2013

El Arrecife

Boston, MA. En algún momento de 1988.
   Dejé de resistirme, estoy dando mi último adiós. Me tiré al océano conduciendo mi coche. Pensaréis que habré muerto pero, en realidad, estaré navegando sobre una ola de mutilación. He besado a sirenas, he cabalgado al Niño, paseé por la arena con los crustáceos y encontré el camino hacia Mariana en una ola de mutilación, en una ola de mutilación.
                               Black Francis.
 
Huelva, España. Mayo de 2013.
    Querido y orondo Francis:
   La última vez que nos vimos estábamos en Paris durante el verano de 2005. Gracias por aquel concierto, lo recordaré toda mi vida. Kim, David, Joey y tú estuvisteis sensacionales. Hace veintitantos años que os escuché por primera vez y todavía os profeso una veneración rayana en el fanatismo provocada, en gran medida, por vuestro inconfundible sonido, pero también por aquellas letras tan originales y surrealistas que tanto marcaron mi juventud. Estabas fascinado por aquellas truculentas noticias que llegaban desde aquel Japón ochentero azotado por la crisis: ejecutivos que, después de perder el dinero y el honor en los negocios, metían a toda su familia en el coche y se lanzaban a las entrañas del Pacífico conduciendo a través de los muelles. Tu amor por la ciencia ficción y los mundos fantásticos también se dejaba ver en esta canción: te morreabas con sirenas, paseabas por las profundidades marinas rodeado de tus nuevos amigos, las gambas y los cangrejos, cabalgabas sobre ese extraño y caprichoso fenómeno meteorológico conocido como El Niño y encontrabas un pasaje por el que adentrarte en soledad en la más tenebrosa e inquietante sima abisal: la Fosa de las Marianas. Y lo cantabas con la felicidad de un niño durante la mañana de Navidad, amparado tras la electricidad crujiente que te procuraba tu grupo y a través de una melodía tan brillante y evocadora como la puesta de sol en una playa filipina.
   Ha llovido mucho desde aquel concierto y no sé cómo andarás de tendencias suicidas y relaciones sexuales con seres imaginarios. De lo que sí estoy seguro es de que todavía mantienes tu legendario apetito. Por eso te recomiendo que, si alguna vez vienes a Huelva, me dejes invitarte a comer en El Arrecife, en el número 47 de la avenida de Santa Marta. Desde que ha cambiado de dirección se puede respirar bastante mejor que a 11.022 metros bajo el nivel del mar y sin tanta angostura. Se está a gusto de verdad. Álex y su equipo se encargarán de nosotros de una manera tan atenta y profesional que no tendrás que levantar la vista del plato ni para pedir una cerveza. Tranquilo Frank, déjate llevar.
   Allí hay crustáceos para aburrir. No podrás pasear con ellos (ya iremos a Punta Umbría o a Isla Cristina) pero disfrutarás una barbaridad. Las bocas están jugosas y sabrosas, igual que los cuerpos, las gambas son tan finas y tienen la carne tan cremosa que parecen quisquillas, el pulpo está prieto pero tierno, la ensaladilla de gambas tiene gambas de verdad (olvídate del surimi que dan por ahí) y tiene un sabor intenso y reconfortante. Y qué cigalas, querido Charles Thompson (porque a estas alturas ya te puedo llamar por tu nombre real, ¿no?), qué cigalas: tan frescas que podrían bailar todo el Doolittle sin descomponerse.
   Después del marisco fresquito les pediremos que nos preparen un salmonete. Son tan grandes que con uno tendremos suficiente para los dos. Y mientras lo mutilas convenientemente para disfrutar de sus lomos me contarás lo de todas aquellas broncas con la ex esposa de John Murphy. Qué frescura, qué sabor a mar, qué aroma a yodo, qué exquisitez, qué envidia le tienes todavía por aquella Gigantic, ¿eh?… Déjalo correr y pide un lenguado, o huevas, o coquinas, o un montadito de presa, ¿has dicho jamón?, ¿un gin-tonic? Todo está buenísimo y te sientes como en casa, a salvo de El Niño.
    Relájate Frank. Yo pagaré  mientras tú me firmas los discos y aquella camiseta tan vieja en la que salís lo cuatro. Y lo mejor de todo es que, después de habernos pegado tamaño homenaje, podré hacer frente  a la cuenta sin problemas de cartera o de conciencia. La relación calidad-precio es espectacular. Un sitio bueno, limpio y económico, imprescindible en la agenda de cualquier universitario que quiera sorprender a sus amigos y visitas (Erasmus que piensan que los mariscos son seres mitológicos tan inexistentes como las sirenas, valencianos que quieran romper el binomio marisquería/élite burguesa, estrellas del rock alternativo) sin que se le pase por la cabeza llenar el coche y despegar desde el Muelle del Tinto en busca de una ola de mutilación.
                          F.
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 

martes, 16 de abril de 2013

Pastel de trigueros y surimi


Os propongo una manera diferente de comer huevos. Esta elaboración no deja de ser una gorrinada la mar de simpática en la que aprovecharemos  unos espárragos trigueros (en plena temporada) y esos palitos de mar-surimi-cangrejo-de-tangue que tenéis desde hace no sé cuánto tiempo en el congelador. Me emperré en hacer un pastel en el que, al cortarlo, se viera el relleno a lunares y salió esto. No os engañéis, quedó muy bueno pero estuvo todavía mejor cuando lo acompañé con una mahonesa de alcaparras y el primer disco de los Ramones.
 
Descongela una docena de palitos. Limpia los espárragos (300 gramos) y deshazte de sus partes más duras. Para ello, cógelos de las puntas y dóblalos: desde el punto por donde se rompan hasta el final del tallo es lo que tienes que tirar. Pocha los espárragos limpios en una sartén con un poco de aceite. En un bol mezcla cuatro huevos, 300 ml de nata líquida, sal, pimienta y nuez moscada. Precalienta el horno a 200 grados. Vierte parte de la mezcla en un molde para horno tipo plum-cake. Dispón los trigueros y los palitos de proteína de origen desconocido a lo largo y cúbrelos con el resto de la mezcla ovonática. Mete el molde en el horno y baja la temperatura a 180 grados.
 
El pastel estará listo en unos 30 minutos aunque dependerá del tamaño del molde. Llegados al minuto 25, pincha el pastel con un palillo y comprueba su cocción. Estará a punto cuando el palillo salga seco. Saca el pastel del horno y déjalo reposar 5 minutos para que se contraiga y se despegue del molde. Cuando lo saques de ahí, deja que se temple bien y mételo en la nevera un buen rato.
 
Para la mahonesa de alcaparras necesitas una túrmix, un huevo, aceite de oliva virgen, sal y alcaparras en vinagre. Pon el huevo en un vaso de túrmix y añade el triple de su volumen en aceite de oliva virgen. Añade una pizca de sal y un par de cucharadas de alcaparras en vinagre. Deja que repose todo junto unos diez minutos a temperatura ambiente. El truco para que no se corte la salsa es que todos los ingredientes tengan una temperatura similar, ¿lo sabías? Pasado ese tiempo, mete la batidora hasta el fondo del vaso y dale caña. Cuando comience a ligar, sube la varilla poco a poco y vuelve a bajarla suavemente. Repite la maniobra un par de veces y listo. Si durante el proceso adviertes que la mahonesa queda muy líquida, añade más aceite y sigue batiendo. Ya tienes una atractiva cena fría para ti o un entrante para sorprender a tu peña.
El cuchillo eléctrico ayuda mucho contra los fibrosos espárragos.